Del estudio de las radiaciones y su influencia en la salud a los Criterios de Biohabitabilidad
Mariano Bueno
La
salud, el entorno y el hábitat están estrechamente relacionados, y de
hecho la geobiología, que estudia la relación entre las radiaciones
procedentes de la tierra y la evolución de los seres vivos, surgió a
partir de la necesidad de investigar y conocer mas afondo dichas
sinergias y establecer un puente entre el saber antiguo y sus intuitivos
conocimientos –a menudo perdidos u olvidados- y las más recientes
investigaciones científicas. También se la ha llamado “medicina del
hábitat” por la importancia que da a la vivienda, a los materiales de
construcción, a su ubicación correcta o incorrecta, sana o malsana, y
porque, entre otras cosas, advierte por qué motivos nuestro hogar puede
ser causa de muchos de nuestros padecimientos y nos enseña a
remediarlos. Y es que, en nuestras viviendas existen un gran numero de
factores de riesgo poco conocidos y pueden darse un sinfín de errores
que luego pagamos muy caros, porque el precio es el detrimento de
nuestra salud física y en ocasiones, mental.
El
nombre de geobiología se debe a que en un principio centró su interés
en el estudio de las relaciones entre los seres vivos –especialmente el
ser humano– y las radiaciones terrestres y el conjunto de energías
emanadas de la tierra. Pero los investigadores descubrieron pronto que
no sólo nos perturban o afectan las radiaciones naturales provenientes
del suelo, sino que existe una larga serie de factores que poco a poco
se han ido revelando como verdaderos enemigos de la salud pública: la
contaminación eléctrica o electromagnética artificial, los compuestos
químicos o radiactivos de determinados materiales de construcción y más
recientemente, las radiofrecuencias o las microondas de la telefonía
móvil. Por todo ello la geobiología se ha ido convirtiendo en una
ciencia cada vez más pluridisciplinar y compleja que debe ir derivando
hacia nomenclaturas mas amplias como por ejemplo: “ciencia de la
Biohabitabilidad”.
La
geobiología basa sus postulados en sistemáticos trabajos de
investigación realizados por médicos, investigadores y científicos desde
principios del siglo XX, y sobre todo en un ingente trabajo de campo en
viviendas, lugares de trabajo o terrenos donde construir, llevado a
cabo durante décadas por cientos de “prospectores geobiológicos”, que ha
permitido constatar a partir de dicha experiencia y de la práctica
geobiológica cotidiana, las estrechas relaciones que existen entre el
lugar donde se vive y el estado de salud de los moradores .
Las
primeras constataciones científicas sobre los trastornos de salud
provocados por las radiaciones terrestres se llevaron a cabo a
principios del siglo XX –Peire, Cody, Von Pol…–, siguieron constatándose
en los años 50 –Hartmann, Endros, Curry…– y seguimos comprobándolas día
a día la mayoría de quienes nos dedicamos a investigar sus efectos o a
realizar tareas de prospección de viviendas.(imagen cama prospección)
Se
trata de una labor que plantea muchas cuestiones y retos y que a menudo
no resulta fácil de conceptualizar, dada la complejidad de las
interacciones y sinergias de los diferentes factores estudiados y las
notables diferencias de sensibilidad personal de un individuo a otro.
Pero, a pesar de las grandes dificultades, resulta innegable la valiosa
labor social que la mayoría de profesionales e interesados en la
geobiología están realizando, ayudando a un cada vez mayor número de
personas a hallar soluciones reales a sus problemas derivados de la
exposición prolongada a radiaciones naturales o artificiales y
promoviendo una verdadera salud preventiva al aconsejar la búsqueda de
los buenos sitios para la edificación de viviendas y al priorizar la
elección tanto de los materiales de construcción como de los sistemas
constructivos acordes con los criterios de la bioconstrucción –sanos
para los moradores de la vivienda y sanos para el entorno–.
Sobre
la base de las primeras hipótesis geobiológicas, el doctor Ernst
Hartmann, de la universidad alemana de Heidelberg, inició en los años
cincuenta una serie de estudios, de extraordinario rigor científico,
midiendo la resistencia eléctrica en diferentes personas y lugares. Las
importantes variaciones registradas al cambiar de lugar al sujeto
examinado, le permitieron comprobar la existencia y la orientación de la
red señalada anteriormente por Peyré, pero también precisar y corregir
algunos datos: las líneas de esa red o malla geomagnética son en
realidad bandas –es decir, tienen cierta anchura, unos 21 cm– y sus
separaciones son habitualmente de unos 2,5 m en el sentido norte/sur y
de 2 m en el sentido este/oeste; estas cifras varían según la
constitución del suelo, al tiempo que la densidad y nocividad de las
desde entonces llamadas líneas Hartmann aumentan en presencia de fallas
geológicas, venas de agua, líneas de alta tensión o durante los cambios
atmosféricos.
Posteriores
estudios, entre los que destacan los del físico francés Lucien Romani,
han aportado nuevas precisiones sobre el tema, sin contradecir sus datos
básicos, e incluso se ha detectado la existencia de otras redes (como
la de Curry, dispuesta en sentido oblicuo a los puntos cardinales, con
bandas de unos 80 cm de anchura y separaciones de 3,5 a 16 m).
El
sistemático trabajo del doctor Hartmann y sus seguidores han permitido a
muchos otros investigadores realizar serios trabajos que ponen en
evidencia la realidad de la existencia de unas zonas patógenas para la
vida humana. Al propio tiempo se han ido poniendo a punto el
instrumental, los protocolos y la metodología de trabajo básicos para
determinar la presencia y la incidencia de estas perturbaciones, lo que,
además del interés científico, tiene el de permitirnos actuar en
beneficio de la salud de quienes se ven afectados cotidianamente por
exposición prolongada a dichas radiaciones.
La
literatura geobiológica recoge un gran número de investigaciones
llevadas a cabo por dichos investigadores, las cuales ofrecen evidencias
claras de la estrecha relación entre las radiaciones emitidas por la
tierra y el padecimiento de todo tipo de trastornos y patologías por
parte de las personas (y también de plantas y animales) (imagen arbol
con tumores) que permanecen largos periodos de tiempo en determinados
lugares en los que se constataba la presencia de alteraciones
geofísicas, gas radón o se descubrían diversas redes energéticas como
las líneas Peire, Hartmann o Curry.
En
los años 80 el ingeniero Alemán Robert Endros publicó el libro “las
radiaciones y su influencia en los seres vivos”, en donde recogía
cientos de estudios e investigaciones describiendo los mecanismo de
interacción entre las diversas radiaciones terrestres (partículas
ionizantes alfa o beta, radiación gamma, microondas, alteraciones de los
neutrones térmicos, de la radiación infrarroja, etc.) y los procesos
biológicos como el funcionamiento normal o anormal de las glándulas
endocrinas como las suprarrenales, la tiroides o la hipófisis.
En
las últimas décadas se han ido publicando investigaciones muy
vinculadas a las áreas que investiga la geobiología, como la llevada a
cabo en el año 93, por Raúl de la Rosa y los doctores Javier y Manuel
Nuñez de Murga realizaron una experiencia con ciertas similitudes en la
Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de Valencia. A varios
grupos de ratones se les inoculó una sustancia cancerígena que provoca
la muerte de los roedores en un lapso preestablecido de 14,1 días –tumor
ascítico de Ehrlich–.
Varios
grupos de ratones fueron situados en zonas alteradas y otros en zonas
sanas; además se les aplicaba, durante dos horas diarias, imanes
permanentes –magnetoterapia–, exponiendo algunos grupos al polo norte
del imán y otros al polo sur. Los grupos de control fueron situados en
zonas neutras y no se les aplicó magnetoterapia.
El
resultado de esta investigación resulta clarificador, ya que, mientras
los ratones de los grupos de control morían a los previstos 14 días de
media, tanto los ratones ubicados en zonas sanas como los situados en
zonas telúricamente alteradas, que fueron sometidos a magnetoterapia,
consiguieron vivir una media de días significativamente más alta, 19
días de vida media los situados en zonas sanas y 17 días los ubicados en
zonas alteradas. Estos datos estadísticos muestran un incremento de
supervivencia de casi el 40 % con respecto a los ratones de control –en
el caso de los ubicados en zona sana y con dos horas de magnetoterapia
al día– y de un 20 % –en los ubicados en zonas telúricamente alteradas–.
También fueron registradas en el estudio una serie de pautas de
comportamiento habitual, como quietud, percepción del olor, aseo
espontáneo, acción motora, alimentación y acción de escarbar (ver
gráfico).
Las
conclusiones del estudio son que la imanterapia puede resultar una
buena ayuda para mejorar las constantes vitales de los animales –se
supone que incluidos los seres humanos–, aunque la presencia de ciertas
radiaciones terrestres en zonas telúricamente alteradas se superponen a
sus efectos, causando patrones negativos en todas las pautas estudiadas.
El
resultado de la investigación mostró que los ratones ubicados en zona
neutra tenían el índice de pervivencia mayor, retrasando
significativamente el desarrollo de tumores con respecto a los ratones
de control y sobre todo a los expuestos en zonas de intensa alteración
telúrica.
En
el controvertido terreno de las incidencias sobre la salud de la
contaminación electromagnética se han publicado numerosos informes e
investigaciones que no dejan lugar a dudas que los campos
electromagnéticos artificiales interactúan con la biología y el
electromagnetismo corporal, creando diversas alteraciones tanto del
sistema inmunológico (disminución de la producción de melatonina) como
neuronal, predisponiendo al cuerpo a padecer con mayor probabilidad
enfermedades degenerativas, tumores y serias disfunciones del sistema
inmunológico, tal como muestran las conclusiones preliminares del
estudio REFLEX de la Unión Europea (2004). El estudio fue financiado por
la Unión Europea, Suiza y Finlandia. En dicho estudio, doce
laboratorios experimentaron a doble ciego sobre el ADN de células
humanas y animales expuestas a ELF (50 Hz) y a las radiofrecuencias de
la telefonía móvil (1800 MHz- pulsadas o no en 217 Hz). Para la
telefonía móvil las dosis utilizadas de energía (TAS) fueron de 0´3 a 1
W/Kg, inferiores pues al umbral de 2W /kg recomendado por la Comisión
Internacional para la Protección contra las Radiaciones No
Ionizantes. El estudio mostro con claridad que “los campos
electromagnéticos generados por los teléfonos móviles provocan rupturas
del ADN y aumentan las aberraciones cromosómicas en determinadas
condiciones de energía y de duración de exposición”. Recientemente,
un estudio alemán realizado por J. Schüz y colaboradores (2006)subraya
el aumento de gliomas (2´2 veces más) en los que sólo utilizan teléfonos
portátiles después de 10 años de uso. (Cellular phones, cordless phones, and the risks of glioma and meningioma. Am. J. Epidemiol. 2006.Online ISSN 1476-6256). (foto antena movil)
En
el Congreso Brasileño de Geobiología y Biología de la Construcción
celebrado en Sao Paulo en septiembre del 2006, entre las numerosas
ponencias presentadas, destacó la exposición del trabajo fin de carrera
de la Ingeniera Eléctrica Adilza Condessa Dode –Belo Horizonte 2003- que
mostró las claras correlaciones entre el incremento de tumores
cerebrales y la exposición a emisiones de microondas cercanos al
cerebro, que supone el uso de teléfonos celulares y sobre todo el grave
problema que ha generado la proliferación y proximidad de los domicilios
de antenas de telefonía móvil (ver gráfico Telefonía móvil y cáncer).
En
este mismo contexto, se enmarca la ya conocida resolución de Salzburgo
del año 2000, sobre instalaciones de emisoras de telefonía móvil, que
fija los límites de exposición a microondas de telefonía móvil (0,01
µW/cm2) a partir de los cuales se observan posibles daños para la salud
de las personas expuestas a dichas radiaciones. Recientemente – febrero
2006– la resolución de Benevento, firmada por un nutridísimo grupo de
científicos e investigadores, señala que: “las evidencias acumuladas
indican que hay efectos adversos para la salud como resultado de las
exposiciones laboral y publica a los campos eléctricos, magnéticos y
electromagnéticos, o CEM, en los niveles de exposición actuales”; y
anima a los gobiernos a que: “adopten una normativa marco de pautas para
la exposición publica y laboral a campos electromagnéticos (CEM) que
reflejen el Principio de Precaución, como algunos países lo han hecho
ya”. (La resolución de Benevento podéis hallarla traducida al castellano
en la web:www.ecologistasenaccion.org )
Las
dudas planteadas hasta ahora por los científicos más reticentes a
aceptar los riesgos de la contaminación electromagnética basándose en
que no existía una explicación clara sobre los mecanismos que inducirían
alteraciones biológicas han sido aclaradas por el Dr. Richard Gautier
que ha desarrollado una síntesis en forma de diagrama (ver gráfico:
diagrama de los mecanismos vinculados…) que sintetiza los mecanismos de
interacción biológica vinculados a los campos electromagnéticos (CEM).
Referente
a las investigaciones relacionadas directamente con la geobiología está
el estudio realizado en 2005 por prestigiosos catedráticos e
investigadores como el Dr. Darío Acuña Castroviejo, el Dr. Jesús
Fernández Tresguerres y el Dr. Tomas Ortiz Alonso, junto al profesor
José Luís Bardasano, realizado con personas que durmieron durante un mes
en una cama y colchón convencional y otro mes en una cama y colchón
hechas de materiales naturales como la madera (tratada con productos
ecológicos),el látex, el algodón la lana merina. El estudio muestra
evidencias claras de que dormir evitando la exposición a radiaciones y
campos electromagnéticos, aumenta la capacidad antioxidante del
organismo y reduce la presencia en la sangre de radicales libres,
incrementando de forma notable la autoregeneración de la persona que
duerme en la cama que protege de la contaminación electromagnética.