Los
cambios biológicos debidos a estos campos de baja frecuencia y baja
intensidad son motivo de viva polémica, por los intereses e
implicaciones económicas que conllevan. Sin embargo, todo el mundo
coincide en la necesidad de avanzar en las investigaciones científicas
que aclaren y permitan discernir sus potenciales daños y las formas de
protección -incluida una normativa reguladora- a nuestro alcance. De
hecho, hoy proliferan los estudios sobre los posibles efectos biológicos
de campos magnéticos de baja frecuencia e intensidad, tanto sobre las
estructuras moleculares como sobre los organismos superiores.
Actualmente
en España no existe ley alguna que regule estos fenómenos de
contaminación electromagnética, mientras que países como Suecia o la
antigua Unión Soviética poseen normas reguladoras sobre tiempos máximos
de exposición a diferentes intensidades.
Así,
por ejemplo, en la extinta URSS se prohíbe la construcción de viviendas
a una distancia menor de 110 metros de líneas de alta tensión. Por su
parte, la Comunidad Europea tan solo ha editado algunas recomendaciones
que se quedan muy por debajo de los índices a partir de los cuales
nuestra salud se ve afectada.
Algo
incomprensible cuando la incidencia de tales campos en la salud humana
está suficientemente comprobada, ya que afectan tanto al sistema
nervioso central como al endocrino e inmunológico que, en definitiva,
son los que nos permiten mantener el equilibrio físico y mental.
Queda
patente, pues, que la presencia de radiaciones naturales y campos
electromagnéticos artificiales son elementos desequilibradores que
aumentan nuestra vulnerabilidad ante cualquier trastorno funcional,
abonando el terreno para la actuación de enfermedades y virus e,
incluso, para que el nerviosismo o la depresión se instalen en nuestra
vida cotidiana.
Sensibilidad a las radiaciones
Las
diversas radiaciones naturales y artificiales a las que estamos
expuestos, no afectan en la misma medida a todo el mundo: ante dosis y
tiempos de exposición idénticos, hay personas excepcionalmente sensibles
y otras que lo son menos. Los hipersensibles a sustancias, energías o
radiaciones inocuas para el resto se enfrentan continuamente a la
incomprensión de los demás, que pueden llegar a calificarles de
maniáticos o neuróticos.
De
hecho, hay numerosos casos de gente hipersensible a la electricidad o a
los campos electromagnéticos de baja frecuencia emitidos por
instalaciones eléctricas o por aparatos caseros. Esas personas sufren
ataques nerviosos o fuertes dolores de cabeza que les obligan a
abandonar el lugar o a desconectar la instalación eléctrica de la
vivienda para poder permanecer en ella. Ciertamente se trata de sucesos
aislados, pero cabría preguntarse si estas radiaciones también inciden
sobre los demás, sólo que nuestro organismo no dispone de mecanismos que
nos avisen de daño que recibimos.
La
situación puede volverse preocupante cuando, en una misma vivienda o
lugar de trabajo, existe una concentración de radiaciones naturales que
se ve incrementada por la presencia de campos eléctricos y
electromagnéticos provenientes de procesos industriales, líneas de alta
tensión o aparatos electrodomésticos.
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