“Déjale a ver qué pasa”, me dije cuando Bertha se alejaba un poco más
de lo normal de mi. Ella gateaba por el parque y se alejó llamada por su
instinto a descubrir. Mi primera reacción interna hubiera sido llamarla
para que volviera pero la dejé continuar. Llegó a la pared, se puso de
pie y observó durante un rato muy interesada, sonriente y sin necesidad
de mi presencia. Yo me pregunté: ¿Qué hace?
Si: JUEGA! Como dice una de las partes de la definición del juego infantil: “… El juego entraña el ejercicio de autonomía y de actividad física, mental o emocional, y puede adoptar infinitas formas…”* Para
Bertha ese día fue una preciosa y gran pared amarilla; no siempre
encuentran el juego en aquello que nosotros creemos que hay juego…
Por eso: “Déjales jugar” me
repito internamente cada vez que siento la intención de interferir en
el juego de mis hijos para pedirles algo, para decirles que no se vayan
muy lejos, para preguntarles algo que a mí se me antoja, para ayudarles o
facilitarles el hacer algo…. ¿No te ocurre?
“Déjales jugar” me repito, aunque no siempre consigo pararme a tiempo o la circunstancia no me lo permite, pero cada
vez que consigo frenar mi impulso adulto y me paro a contemplar la
escena desde una cierta distancia, me sorprendo del regalo que me
brindan: una escena única e impagable de la vida de mi hijo en la que se encuentra inmerso en su mundo, tal cual es y tal cual siente. Me regalan el conocer su interior, su necesidad, su esencia de niño.
Cuantas
veces habré cortado su cuento, su discurso, su juego… No es menos
importante esta necesidad intrínseca del niño pero muchas veces se la
arrebatamos sin darnos cuenta… ¿Verdad?
Jugar
es desarrollo, es descubrir, es conocer, es aprender, ES CRECER y para
ello necesitan nuestra confianza, su espacio y su tiempo sin
interferencias. Por eso, piensa, observa y: “Déjales jugar”
No hay comentarios:
Publicar un comentario